martes, abril 04, 2006

IN MEMORIAN



EN MEMORIA DE ANA LINA
(TRIBUTO A ADOLFO BIOY CASARES)

Siempre quise a Ana Lina, era una de esas figuras que no se pierden con el tiempo, y se mantienen en los sueños extremos y tristes de noches frías y tibias pero desesperantes; era aquel viernes cuatro de septiembre cuado empecé el libro, papel a mano y entre mis pensamientos aquella angustia que provoca la nada, miraba el espejo plomo por el aliento de invierno y temblaban mis dedos: La expresión de mi soledad.
Ella, ella siempre en mi mente; incluso ahora, que tengo en la niebla su rostro manejado por mis ganas de decirle hola...; era ya abril, y parecía que no llamaría más.
Pasó un año, y mi esperanza decrecía por aquello que no se dice pero se siente como sangre chorreando en el interior del vientre; tuve una pareja, y otra, y otra, hasta que ella se diese cuenta que yo no la menospreciaba, pero seguía con mi convicción de acabar el libro a su nombre y dejárselo por ahí, escrito en las sombras, o hacer como en este cuento, esperar que ella lo lea, y así, con mis ilusiones, pasó el tiempo imperdonable. Me contaron que la veían, pero no sé porqué no la vi al quinto año de nuestra separación, mientras ella desarrollaba en su ser el niño que una vez me pidió, pero que le negué por la inmadurez de mi inseguridad.
Tuve en mi mente su voz delgada y su mirada extremadamente tierna, y mi ser reproducía aquella droga primigenia en los días posteriores después de perderla, pero me pregunto ahora: ¿Y si no la hubiera soltado?
Por Dios, si existes, ¿qué mal puede ser peor que conocer el amor demasiado tarde, cuando la que produce el escozor estremecedor en tu almohada tiene ya años sin contemplar tu mirada y no sabe de tu amor?
Pasó una década, y mi profesión tuvo sus frutos, los hijos vinieron pensando en su padre como el mejor padre que existe, porque ama a su pareja y es atento; pero esa actividad era nada más ni nada menos que el ocupar mi mente con detalles para no caer en la locura de la auto – decepción, de pensar en ella al despertar, al dormir y al vivir relativamente a diario, sólo en ella.
Ana Lina Campo Muinati nació con aquel nombre tan particular como su mirada inocente expresaba, yo tuve la oportunidad, ese tiempo hace veinte años, mientras mi pluma envejecía y era reemplazada por el teclado, y deseaba publicar mi agonía para hacerle entrar en razón.
Lo sé, la perdí, pero la vida es sabia, te trae experiencias...
Ahora, al saber que ya murió, después de treinta años de recordarla, así, con hijos y nietos espontáneos, no sé qué pensar en cuanto a ella, talvez me quiso, talvez me usó, talvez ahora, en el cielo, piensa más en los hijos que tuvo con su esposo, mientras yo, solo al lado de mi esposa, pienso en los hijos que tuve y que ella tenía que recibir... que ella debía tener conmigo.
Ahora, al quemar el libro que ella no pudo leer, y que esperanzado quería que lo haga, la veo entre las llamas y el humo que producen las mil doscientas páginas de letras pequeñísimas, hechas y rehechas con dolor, quizás con egoísmo pero para ella; así, seré consciente de que ella no era nada más que un recuerdo distante, de un viernes en plena ceja, despidiéndome para siempre de ella, cuando ella misma esperaba que le tomase por entre mis manos, y no lo hice.
Talvez escribo por ella, y aseguro que todos mis escritos tendrán el tinte de su presencia, sea en vida, como en muerte.
Después de ver el papel ennegrecido consumirse por el fuego, me pregunté:
¿Ahora, mi vida, será distinta sin ella?
Al saber que sólo duró un año lo nuestro, y que he pasado mucho tiempo pensando en aquello, me di cuenta que nunca la tuve lo suficiente, y que suficiente fue un mísero año para saber que nunca la olvidaría.