lunes, julio 24, 2006

para el victor hugo

Allí donde los Jailones hacen su felicidad

Tributo a Víctor Hugo Viscarra... con dolor

Cuando el maestro murió, no me sorprendió que la Marlene se mataría con la trágica representación socrática de una cicuta hecha de un trago de alcohol de quemar mezclado con raticida de dos pesitos; ella se había obsesionado con aquel ser que escribía de forma tan sincera y que murió viviendo y vivió por siempre al dejarla sola con el sueño de una ilusión, era pues la materia con la que los sueños podían ser negros, la ilusión de la pérdida de un ser que nunca ella llegó a amar.
La Marlene había conocido al tal maestro un buen día de todos los santos, en esa época ella estaba por ingresar en el mercado de las niñas felices y su inocencia era la materia prima para ganarse el pancito tan anhelado; ricos empresarios de gabardinas negras la alquilaban, hasta el famoso diputado de diez, como lo llamaban los sicarios de la zona rosa, era uno de sus clientes que buscaban el amor perdido de adolescencia; recuerdo verla cerca del maestro, con la mirada brillante de la ilusión que siempre me tenté a robar, pero ella nunca se interesó en nadie más que en el maestro, con su cuadernito de colegial y una mirada llena de experiencia, seguido de k´epiris y amigos extraños, en medio de oscuras lunas y valses peruanos, La Marlene optó por seguir a su mentor tan raro y atrayente a la vez, hasta el día de su muerte.
Ella nunca tuvo oportunidad de mantener una relación amorosa con el maestro, él decía que eran los devaneos más tontos los de soñar estar con alguien como él, y cuando murió, ella prefirió la agonía de la parca antes de vivir atestada de gentes high y coches brillantes, tragando la poción del placer mezclada al veneno de los pobres.
Eso no es sorpresivo comparado al tipo que estuvo en su entierro, atiborrado de perfumes franceses, una camisa italiana y pantalones de fino acabado, mojando su bufanda de primera calidad de lágrimas ocultas por la mujer divina que La Marlene había sido para él, negro día para ver a un jailón que casi se hace seguidor del maestro para estar más cerca de la mujer de brillantes ojos que inspiran frío cada vez que se los ve, así, veía al cuerpo envuelto de tablas de madera hundirse en el abismo del olvido, puesto que el día del entierro de La Marlene sólo habían asistido algunos borrachines famélicos y tristes, sus colegas de trabajo ni se presentaron, no porque la odiaran, sino porque el dolor de la pérdida las clavaban en sus habitaciones, mordidas por la poción de Morfeo y anegadas de llanto.
Ese tipejo, con zapatos finos y cabello engominado, nunca más andaría por la zona rosa, porque su felicidad era ella, soportaba el estar con su familia por ella, soportaba a sus hijos hasta el sábado de costumbre, por ella; porque si la vergüenza no hubiese picado su máscara de jailón, la hubiera sacado del charco sin fondo de la prostitución, sin embargo su cobardía de abismos superficiales le paralizó hasta el día de verla oculta en el cajón que compró mediante La Rosa, meretriz antigua que recibió la donación con una gratitud enorme; ahora, como el autodidacto de Sartre, pasará las tardes de agonía, sin poder entrar a la biblioteca de sus placeres, ni verla los sábados ensimismada en los libros del maestro, tierna como las resacas de amor, inmensa como sus ojos que congelaban.
La Marlene no existe, no me sorprende, pero me duele mucho saber que El Víctor Hugo, el maestro, ya no esté, me duele en el alma; me da pena, por otro lado, el jailón que agoniza en su mundo de niños bonitos y sábados de buffet, yo lo sé a fondo, señores lectores, ¡cómo no lo voy a saber!, porque ese ser oculto en el cementerio alteño, miedoso por ser descubierto dejando flores a La Marlene, soy yo…

viernes, julio 07, 2006

Desde las Sombras de la casa de Hans





Allí siempre me reciben, era una tarde gris que no servía para enamorar; pero sí servía para ver a los niños joroschós de la naranja mecánica, y pasarla bien con mi tocayo, con T - Bone y mi mejor amigo, Hans, que está de camisa celeste, el del medio es mi tocayo, buen cuate.

Así, la noche comenzaba, y junto a mis amigos del mundo ultraterreno, compartimos la vida uniendo nuestras golovas para sacar partido de la música "PinkFloydiana", para vivir...

A ellos va dedicado este gran quilombo literario.

Hasta pronto, caro amigo T - Bone...