miércoles, mayo 24, 2006

DEDICADO A BRAM STOKER

MÁRTIR


A veces la muerte cumple algunos deseos forzosos de almas que pasan el umbral de la vida de forma violenta; los satisface porque la justicia humana, también a veces, es insuficiente.
En el cementerio principal de la ciudad de El Alto, se ofició el entierro de una joven dulce y tierna de dieciocho años, se llamaba Sandra, y su mirada, según muchos de sus amigos, nunca expresó un tinte de rencor, incluso cuando la encontraron desnuda, muerta sobre un charco de sangre, aquel viernes a las ocho de la mañana.
Tenía un rostro canela, de contornos virginales y facciones incompletas por su tierna edad; los padres lloraban su pérdida, e imploraban al indiferente Dios de las iglesias justicia; pero el libre albedrío siempre ganaba, y las tragedias eran “pruebas de fe” que no igualaban una crucifixión.
Nadie sabía de sus verdugos, quiénes eran y dónde se encontraban; en efecto, sólo la deliciosa muerte requería del tiempo suficiente para localizarlos, pues nadie sabe de la hora final que tendrá que pasar, y esa es la ventaja de la parca, pues puede utilizarla a su favor.
Los enfermos marginales que la habían asesinado con placer, aficionados a la violencia, la estudiaron por tres meses junto a otras víctimas opcionales; y después de ejecutarla, decidieron pasar a la otra víctima, una estudiante de un instituto alteño, que según ellos, salía del mismo a las diez de la noche y que caminaba por calles angostas y silenciosas.
Eran las nueve y cincuenta y la noche neblinosa de nubes arcanas cubrían la presencia del iris macabro de la luna, ellos esperaron pacientes la llegada de la joven, uno con una daga casera y el otro con una cuerda para ahogar a la fuente de sus placeres anómalos; nadie supo que la joven a la que buscaban estaba enferma y nunca llegaría a esa calle, porque estaba en su cama, reposando sus veinte años seguros de no ser interrumpidos por aquellos enfermos.
Sin embargo, ellos siguieron a una muchacha que recorría la misma ruta.
Estaba vestida de blanco, sus cabellos negros resplandecían con un cierto tono de nostalgia y caminaba, nebulosa, entre las sombras que se rendían ante su esplendor, como si fuera un ángel en medio de un bosque veraniego.
Sonreían satisfechos mientras el caminar de la mujercita se hacía pausado, e incluso parecía flotar en medio de las sombras de unas calles oscuras y pestilentes; de cierta naturaleza violenta en graffitis obscenos que denigraban la belleza femenina hasta reducirla a una asquerosa representación negra, sin saber que la belleza era más que aquello.
La mujer se internó en el callejón del crimen de Sandra, cosa que no impresionó a los degenerados, mientras se crispaban sus dedos, sus dientes rechinaban y sus pupilas se dilataban temblando de impaciencia.
Nadie andaba por allí, porque las anteriores noches después de la muerte de la joven Sandra se oyeron gritos guturales y desgarradores ruidos nada animales que sólo podían explicar la presencia de un demente en el lugar, sin embargo nadie se atrevía después de que una persona que había escuchado de aquellos rumores se propuso a explorar y salió gritando por todo el lugar, como pidiendo auxilio, y escupiendo sangre.
Pero los antisociales la siguieron, tomando un trago de alcohol para no sufrir el peso de aquellas conciencias suyas que sólo eran el remedo de un pobre parámetro de lo que era bueno o malo en sus vidas, se internaron en las sombras y luego, pasó.
Ella se puso frente a ellos, sonriendo, con ojos felinos que ellos no distinguieron a causa de la borrachera y la excitación, pero algo andaba mal, sus ropas blancas comenzaron a sangrar un líquido negro, haciendo de ella un espectro oscuro que se asemejaba a su entorno putrefacto, ellos retrocedieron implorando al Dios de las iglesias su salvación, mientras las alas membranosas de la muerte los cubrían para no dejarlos salir jamás.
A la mañana siguiente, a las ocho de la mañana, se encontró a una pareja de borrachos desnudos, con los cuellos destrozados, sin sangre, blancos como el papel, uno sobre otro, desfigurados al extremo del cubismo, y con expresiones ocultas de terror en lo que antes fueron sus caras.
Pero, lo más extraño de aquel día fue, que en el otro extremo de la ciudad, en el cementerio de la ciudad de El Alto, se encontró la tumba de la dulce Sandra abierta, la tierra removida y huellas de garras en todo el lugar; y el cuerpo no aparece hasta hoy en día.

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